¿Y si la IA general es solo un truco publicitario?
Lo único que hace es desenterrar correlaciones estadísticas en un mar de datos, dándoles una forma que (en el caso de las inteligencias artificiales que crean textos o imágenes) nos parece similar al producto de la inteligencia humana, pero que en realidad no tiene nada que ver con lo que son los rasgos distintivos de nuestra inteligencia.
Sin duda, el aprendizaje profundo aún puede progresar, sobre todo desde un punto de vista cuantitativo (más datos, más potencia de cálculo, redes neuronales aún más grandes). Para llegar a AGI, sin embargo, necesitaríamos un salto cualitativo, del que aún no hay ni la sombra. En pocas palabras, por el momento, la inteligencia artificial general no es más que una idea: una especie de santo grial tecnológico que todo el mundo persigue, pero que nadie sabe si algún día será realmente alcanzable ni tan siquiera qué camino tomar para lograr este objetivo de ciencia ficción.
Son aspectos en los que llevan años insistiendo algunos de los mayores expertos en la materia: desde el filósofo italiano Luciano Floridi (que ya en 2016 desmontó esta tesis con argumentos que siguen siendo totalmente válidos hoy en día) hasta el informático Gary Marcus, según el cual el aprendizaje profundo (que es la base de todo lo que ahora llamamos inteligencia artificial) no puede llevarnos a una inteligencia similar a la humana.
Como escribió James Bridle, un artista con formación en computación cognitiva (y autor del importante ensayo New Dark Age), “ChatGPT es intrínsecamente estúpido: ha leído la mayor parte de la web y sabe cómo debería sonar el lenguaje humano, pero no tiene ninguna relación con la realidad. […] Es muy bueno produciendo algo que suene como si tuviera sentido, y especialmente produciendo clichés y tópicos, pero es incapaz de relacionarse significativamente con el mundo por lo que es. Desconfía de cualquiera que te diga que esto es un eco, incluso una aproximación, de la inteligencia real”.
En resumen, hemos creado una tecnología, muy avanzada y asombrosa, capaz de simular informática y estadísticamente ciertos aspectos de la inteligencia humana. Y ahora damos por sentado que esta misma simulación debería en algún momento, inevitablemente, convertirse en una forma real de inteligencia.
Lo que nos espera
Nada de esto, por supuesto, excluye la posibilidad de que un día (no sabemos cuán lejano) surja una verdadera forma de inteligencia artificial general. Nada puede descartarse a priori. Lo que es importante señalar, sin embargo, es que por el momento ni siquiera se vislumbra, como tampoco se vislumbra el avance tecnológico necesario que podría llevarnos a este logro. Como dijo el informático Andrew Ng (antiguo responsable de Google Brain), «preocuparse por la inteligencia artificial general es como preocuparse por la superpoblación de Marte antes incluso de haber puesto un pie en él».
La razón por la que el cuento de la inteligencia artificial general ha calado tanto es que hay enormes intereses económicos detrás. Para el informático y premio Nobel Demis Hassabi, fundador de DeepMind (cuya misión, por estatutos, es la creación de AGI), hay empresarios como Sam Altman, Elon Musk, Satya Nadella y un sinfín de otros, para quienes la inteligencia artificial general no es más que un dispositivo narrativo útil para perseguir sus objetivos privados.
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